Me encuentro, desde hace unos días ya, en este estado mental que me asalta regularmente y me inquieta profundamente. Creativo, desbocado, salvaje, rompedor, impulsivo, incorrecto y cuestionador, sin que me importe, disfrutándolo. Sería capaz de comerme el mundo sin usar las manos si me lo pusieran delante. Al mismo tiempo soy consciente de que en general en este estado soy más peligrosa que productiva, pues nunca tengo ante mí una tarea apropiada para saciar este apetito cuando me asalta. O quizás la relación sea la inversa, y si entro en este frenesí periódicamente es porque todavía no he encontrado en mi vida una labor que me apasione y canalize esta energía.
El verano pasado, en esta misma situación, me ofrecieron ir a Cabo Verde durante un mes, como Ranger, en un proyecto de protección de tortugas marinas. Era un puesto prácticamente voluntario, con una mínima compensación económica y alojamiento y manutención a cargo de la organización, pero había peleado para conseguirlo. Finalmente, no fui. Se juntó que para aquellas fechas tuve que volver a España porque mi abuelo estaba ingresado, y que seguía trabajando en Edimburgo. Tenía que dejar mi trabajo apresuradamente y sin preaviso, lo mismo con el piso, recoger igual de apresuradamente todas mis pertenencias y llevarlas a España, y desde allí viajar a Cabo Verde aún más apresuradamente, dejando en España a mi familia doblemente preocupada, por mí y por mi abuelo.
Pero ahora, y otras muchas veces después de aquella decisión, lo he pensado. Pienso que, al margen de los hechos objetivos que que he mencionado, tuvo también mucho peso en mí que la gente de mi alrededor, que sin duda me quiere, pensase que era un error, que era una locura, que no me llevaba a ningún sitio. ¡¡Maldita sea!! ¡¡Pero si es algo que haría
pagando!! Quizás fuera una pérdida de tiempo, pero lo que era, sin lugar a dudas, era un mes. Fue una irresponsabilidad por mi parte dejar pasar aquella experiencia. Claro que es mucho más fácil decirlo ahora,
a toro pasado como se suele decir. Quizás si hubiera estado fuera y mi abuelo no hubiera salido del hospital, me habría arrepentido.
Pero hoy, ahora, en estos días en que mi alma grita mucho más alto que mis neuronas, sé que lo que es una irresponsabilidad es saber que vamos a vivir solo una vez y dejar pasar las oportunidades que se nos dan de tener experiencias con las que soñamos. ¿Va a cambiar mucho mi trayectoria laboral por pasar un mes en Cabo Verde? ¿Y si cambia, pero para bien? ¿Y si no cambia en nada, pero me cambia a mi? ¿¿Es que acaso, en nuestro breve paso por el mundo, es menos importante el enriquecimiento de nuestro espíritu que orientarnos hacia un camino seguro pero anodino?? ¿Tan importante es de verdad el sueldo de un mes? ¿Es que no es un precio justo para una experiencia vital única? También me pregunto a veces porqué debo conformarme con una vida "normal", una vida como la de los demás, cuando no recuerdo haberla deseado más allá de la aspiración al reconocimiento por parte de mis semejantes. Y esto también me lleva a preguntarme si soy socialmente aceptable. Si conseguiré ser feliz y sentirme completa en este mundo constreñido de normas, o me limitaré a un paso modesto y gris, adaptado a lo que se espera de mi más que a lo que deseo.
En lo poco que llevo vivido, he aprendido algunas cosas. No son muchas, pero todas me han hecho cambiar de alguna manera. Algunas me han hecho más cauta, otras más impulsiva, y las menos, algo más melancólica. También he perdido miedos: el miedo a hacer la maleta y dejar lo que conozco, el miedo a la soledad, el miedo hacer cosas por temor a hacer el ridículo (el poco que tuve alguna vez), y también el miedo a dejar atrás gente que aprecio, aun sabiendo que quizás la vida nunca vuelva a cruzarme en sus caminos. He aprendido a valorar que ha sido maravilloso haberlos conocido, haber tenido el privilegio de compartir con ellos tiempo, espacio y complicidad en este inmenso planeta, en esta eternidad temporal, cuando somos seres irrepetibles. He perdido el miedo a dejar la seguridad de un trabajo, una casa, una ciudad, y a gente que ya considero "mía", para empezar de nuevo desde cero. A cambio he ganado uno, que me corroe y me sacude: el miedo a no tener tiempo de hacer lo que sueño, a no dejar ni un pequeño rayo de luz que marque mi paso por este mundo, en el tiempo que se me ha dado. En el que me queda.
Curiosamente, y aunque en mi opnión son más valiosas que cualquier experiencia laboral, ninguna de estas cosas puedo explicarlas en mi currículum.
Quizas suena a filosofía barata, pero quiero creer que si no tengo nada que perder, es que hay mucho que ganar. Por eso, señores, voy a solicitar mi admisión de nuevo en
SOS Tartarugas, y si tengo la suerte de que vuelvan a admitirme, este verano iré a Cabo Verde a añadir a mi experiencia vital un sueño cumplido, a poner mi granito de arena en la conservación de esas maravillosas y antiquísimas criaturas que son las tortugas marinas. A tener el privilegio de verlas con mis ojos y tocarlas con mis dedos, con la certeza de que antes de que yo sea anciana, ya no habitarán nuestros mares, ya no compartirán mi mundo.